Probables
causas del Asma en los niños:
1) Alérgenos y otros factores
desencadenantes comunes.
2) Contaminantes ambientales.
3) Humo de segunda mano.
4) Ejercicio.
5) Alergias alimentarias.
6) Bajo peso al nacer.
7) Inmunizaciones.
—¿Papá
Noel no va a ir a casa? —Preguntaba Oli con su cabeza entre los asientos del
auto.
—No. Va
a dejar los regalos en la casa de los Abus. —Contestaba Pau sentada del lado
del acompañante. Yo conducía.
—¿Y
sabe que yo voy a estar ahí? —Preocupadísima por sus regalos. Se tapó la boca
para toser, hace un par de días le había agarrado bronquiolitis.
—Sí,
mamá ya le mandó una carta al Polo Norte.
—¿Qué
es el Polo Norte?
—Es el
lugar donde vive Papá Noel con sus renos. —Y frené por el semáforo en rojo.
—¿Podemos
ir a visitarlo? —Nunca pensé que me iba a hacer esa pregunta.
—No.
—Muy simple, de parte de su madre. Ojo, dejó de averiguar.
Decidimos
pasar esta Navidad con la familia, las últimas dos la habíamos pasado juntos y
nadie más, por eso fue que a las ocho de la noche Pau con su vestido rosa, Oli
con el suyo blanco y yo con mi traje paramos en la casa de mis padres. ¡Ah, no
nos olvidemos de Bronco! Un moño de cinta celeste adornó su cuello remplazando
su collar rojo.
Oli se
fue a jugar con su tío (ese que tiene ocho años, pasó a cuarto grado y lo
quiere un montón), Bronco y Ficho. Pau se fue a hablar con su cuñada y amiga
mientras los más grandes (porque todavía me siento pendejo) se ocupaban de la
cocina.
—¡Te
volviste padre y te olvidaste de nosotros! — Lu invitó a Agustín, él quería
pasar la fiesta con sus amigos, ella lo obligó, Agustín la presionó para que
los invite.
—¡Nah,
no me olvidé de ustedes! —Y les di un fuerte abrazo a Daniel y Lorenzo. Los
cuatro éramos los piratas del curso, viejas épocas.
—¿Da
para un partido en la play? —En menos de cinco minutos estábamos los cuatro
instalados delante del televisor y pensábamos estar así hasta que la cena esté
servida.
—¡Pa!
—O hasta que mi hija interrumpa. Llegó corriendo hasta que tocó su destino y
comenzó a toser.
—¡Ay,
esa tos! —Actuaba Mary. Oli le sonrió mostrando sus dientes, le encantaba estar
enferma porque siempre le prestábamos atención.
—¿Qué
haces? —Y buscó la forma de treparse a mis piernas mientras yo apretaba los
botones del mando, hipnotizado por la pantalla.
—¿Eh?
—¡¿Qué
haces?!
—¡Gol!
¡Goooooooool! —Lorenzo saltaba sobre el sillón por su victoria y mi vieja lo
retaba con un “bajate de ahí” —Sí, señora.
—Yo
quiero jugar…
—Pero
mirá que es de futbol.
—Callate
vos, ¡dale nena! Mira que yo no te pienso dejar ganar, eh. —Le sacó la lengua y
agarró el mando. Estuvimos veinte minutos concentrados en la pantalla, no
entendía de donde sacaba, mi hija, tanta maña para jugar.
—¡Goooooooooooool!
—Grité junto con Oli y la levanté al aire para festejar.
—¡Pero
no vale! ¡Me distraje con el monstruo ese! —Lorenzo señalando a Bronco.
—¿Qué
haces vos acá? —Y ahí, todo fue silencio.
Sostuve
a Pau del brazo por las dudas que intente una locura. Oli comenzó a toser y
llamó la atención de la mirada de aquel hombre. Su abuelo. Después de tres
años, casi cuatro, lo volvíamos a encontrar. En realidad nosotros sabíamos
algunas cosas que nos contaban Mary y Gonza acerca de Miguel pero volverlo a tener frente
a frente y sentir miedo de alguna locura que quiera cometer me era más fuerte.
—¿Tu hija?
—Se agachó para mirarla más de cerca. Oli se abrazó a mis piernas por
vergüenza. Y tal vez por miedo. Bronco se sentó delante de ella para tapar la
visión.
La cena
fue lo suficientemente tranquila. Pau no habló mucho, indignada como estaba. Yo
trataba de poner mi mejor cara, por más que lo odie era el padre de mi mujer y
mi cuñado, el abuelo de mi hija, mi suegro… nos unían muchos puntos. Con Luciana,
Agustín, Daniel y Lorenzo recordamos viejas épocas de escuela y nuestros padres
hablaban acerca de los menores, esos que se peleaban porque no querían comer la
comida y se la pasaban de plato en plato hasta terminar en la boca de los
perros.
Luego
del postre, en el que me sorprendí de que Oli no quiera comer helado (siendo
sus gustos preferidos), se recueste sobre su madre y apoye la cabeza en mis
piernas porque le gustaba dividir su amor en partes iguales. Miguel sacó un
atado de cigarrillos y no iba a parar hasta terminarlos. El humo se hizo
presente en la sala, la misma en la que se produjo el golpe en la panza de Pau con
sus tres meses. Los mayores ya estábamos acostumbrados a convivir con el humo,
tal vez las mujeres no tanto, pero al querer acariciar el pecho de mi hija y
sentir como éste subía y bajaba rápidamente, me alarmé.
—¿Estás
bien? —La senté sobre mis piernas y todos se fijaron en la escena. —Bueno,
tranquila, tranquila. —Y más nervioso estaba yo al verla esforzándose por
respirar, con un silbido que salía de su garganta al no entrarle el aire.
—Vení,
hija. —Pero su madre me la arrancó de los brazos para llevarla a tomar aire
fresco. Todavía no eran las doce de la noche pero algunos cohetes se hacían
ver.
No les
puedo decir con exactitud cuando fue el momento que me vi conduciendo con toda
velocidad el auto rumbo a un hospital, ni cuando Daniel pidió que me detenga
para pasar del lado del conductor porque me había pasado demasiados semáforos
en rojo. Pau iba en el asiento trasero
con nuestra hija, llorando a la par de ella que pegaba manotazos en el aire
para poder respirar. La miré por un segundo, colorada y transpirada. Dos autos,
con otros familiares, nos seguían atrás.
—¿Cómo
que recién el veintiséis? —A penas llegamos al hospital fuimos directo a la
guardia. Ya era veinticinco y lo que menos hicimos fue brindar. Los pocos
médicos que había la dejaron en una camilla con un tubo de oxígeno conectado, Pau
estaba con ella. Nos dijeron que habría
que hacerle algunos análisis pero que recién se iba a poder el veintiséis, hoy
no se trabajaba.
—Señor
entienda…
—¡Yo
tengo que entender! —Y mi viejo me agarró del hombro para que no sobrepase mis
gritos. —¡Mi hija no puede repirar y no hay médicos!
—Su
hija está bien, por qué no trata de calmarse usted. —Siempre odié la ironía de
las enfermeras. Quité las manos de mi viejo de mi cuerpo, tampoco la iba a
golpear.
Tenía
razón, era a mí al que me faltaba el aire. Salí hacia la puerta vidriada del
hospital y pude distinguir a Bronco sentado en las escalinatas, seguramente
corrió detrás de los autos. Me senté junto a él y mirando los fuegos artificiales
comencé a llorar.
—Pepe…
—Agus me palmeó la espalda, limpié las lágrimas con mi puño. —La nena quiere
verte. —Susurré un “ya voy” y me tomé un tiempito para relajarme, o por lo
menos que pase el dolor de cabeza.
—Hola
Loquita… —Hablé un poco tembloroso cuando entré a la sala de Guardia. Pau se
levantó, a ella también se la notaba bastante mal. Le di un par de besos para
juntar fuerzas entre los dos y después me dejó solo con mi hija. —¿Cómo estás?
—Bien.
—Con una vocecita débil. Le acaricié la cabeza. —¿Y Papá Noel? —Sonreí al borde
de las lágrimas, tuve que hacer mucho trabajo para contenerlas y que no salgan
disparadas.
—Ya
hablé con él, me dio tus regalos y te mandó muchos besos. Dice que ojalá te
mejores.
—¿Qué
tengo?
—No sé…
—Acerqué mi cara para dejar un piquito sobre su boca. Ella sonrió un poco
débil.
—Te
amo, Pa…
—Yo
también, Loquita linda… ¿Tenes sueño? —Al verla pestañeando tan despacio.
—Dormí, Papi se queda con vos.
—Mucho
ruido… —Giré mi rostro y recién ahí me di cuenta del contexto en el que
estábamos.
—Vos
cerrá los ojitos… —Y me acerqué a su oído para susurrarle, ella puso su mano en
mi nuca, acariciándome. —Soñá con los angelitos… así te pones bien y salimos a
pasear con Bronco… jugamos con el tío Gon. —Porque así le decía a Gonza. — con
la tía Lu… todavía le debes una revancha a Lorenzo… dormí, bonita…
Un día
completo en el que no me separé de Oli. Todo el veinticinco la pasé encerrado
en esa sala, viendo entrar y salir gente, sin comer, sin dormir, sin ir al
baño. Solos mi hija y yo, y su mamá que venía a poner un poquito de humor a la
situación para hacer sonreír a nuestra hija.
Ya
veintiséis un médico nos comunicó que la iban a trasladar a una sala, la iban a
obvservar y a determinar qué estudios tendrían que hacer.
Noté la
misma cantidad de familiares aunque todos con distinta ropa, yo seguía con mi
traje de navidad un poco desarreglado.
Vi a Pau
sentada al lado de Gonza que dormía tapado por un saco de su madre. Se paró y
yo me senté en su lugar para que ella quede sobre mis piernas.
—En la
bolsa hay ropa por si te queres cambiar…
—Después,
quiero ver que dicen los médicos. ¿Dormiste algo? —Negó con su cabeza y comencé
a acariciar su espalda en forma circular para que le llegue el sueño, nunca
soporté que las mujeres de mi vida no descansen en paz. Percibí un puchero en
su cara y escondió su cabeza en mi cuello, sentí como largaba su llanto y me
empapaba la camisa. La abracé, acariciándola más fuerte, no tenía ganas de
llorar otra vez.
Luego
de cuatro días de estudios pulmonares, de sangre, de orina, pinchazos de
distintos tipos de alergia, un médico le diagnóstico Asma. Nos explicó que era
y cómo tratarla. Nos recetó un broncodilatador para la nena y nos recomendó
tener alguno de más por si se pierde en alguna urgencia. Le dio algunas
instrucciones a Oli acerca de como debía ponérselo en la boca y cuantas veces
por día. Ella estaba chocha con el aparatito.
—¡Feliz
Navidad! —Salía de la sala saltando en una pata con su madre que la había
ayudado a cambiarse de ropa. Todos reímos al verla tan contenta. Para ella
seguía siendo Navidad y eso que mañana era Año Nuevo. Los abuelos comenzaron a
llenarla de besos y algunos chocolates.
—Nunca
más me des ese susto. —La retaba Gonza que se tomaba el trabajo de tío
demasiado en serio.
—¡Ay,
chiquita! ¡Cómo te extrañé! —Luciana seguía llorando y gritándole en el oído.
—¿No
queres ser mi novia vos? —Le preguntaba Daniel que había aprendido a querer a Oli
desde que le ganó a Lorenzo en la play.
—¡Soltala,
desubicado! —Me interpuse yo para sostener a mi hija y no soltarla hasta los
treinta.
A penas
cruzamos las puertas del hospital Bronco comenzó a saltar de alegría, mover la
cola y pasar su lengua por la cara de su protegida. Ella reía a carcajadas y no
dudó en subirse a su lomo para bajar los escalones, aunque se abrazó fuerte a
su cuello por miedo a caerse.
Una vez
en casa los cuatro, tuvimos una cena en familia. Digamos que devoramos lo que
no comimos en días. Le dimos los regalos que habían quedado de Papá Noel y
luego una ducha entre tres, para hacer más rápido y estar todos juntos. Por último,
la cama grande. Oli dormía en una punta, Pau la abrazaba y yo presionaba esos
dos cuerpitos contra mí. Bronco que se quedó toda la noche despierto cuidando
de nuestra hija.